Tenían que venir los pueblos indígenas de América a demostrar, a la vuelta del milenio, que el presunto vencedor en la "guerra de los mundos", el capitalismo, no puede seguir creciendo. O se nos acaba todo. Han desnudado, como estos días en Perú, las miserias ideológicas y morales de la sociedad dominante. La resistencia amazónica, la masacre del 5 de junio y la victoria (de momento) de los reclamos indígenas despertaron discursos de odio, racismo y chovinismo, atizados por el propio presidente de ese país, en deuda intelectual inmediata con el novelista de La ciudad y los perros, y alguna vez intolerante y reaccionario aspirante presidencial; son seguidos por medios y legisladores de ultraderecha que ya incitan al presidente Alan García a rociar con napalm a esos "jíbaros".
La demanda generalizada de los pueblos originarios (centenares de culturas y lenguas, toda una civilización distinta, negada pero viva, con sabidurías ambientales y de convivencia que la civilización occidental haría bien en atender), es tan abrumadoramente legítima como insportable para gobiernos como los de Perú, México o Colombia, y hasta los más "progres" de la región. Todos aspiran al desarrollo (de los negocios) y abren paso a las multinacionales de una economía global en crisis suicida, a la industrialización fugaz, la destrucción ambiental y cultural (que no serán fugaces). Por un puñado de dólares.
El Congreso Nacional Indígena (CNI), reunido el 14 de junio en Ostula, Michoacán, emitió un pronunciamiento que en otras épocas hubiera resultado insólito: por el derecho a la autodefensa de los pueblos, y así defendernos a todos. Su sensatez desarmará al más marrullero de los ideólogos mediáticos:
“La guerra de exterminio neoliberal desatada en contra de nuestros pueblos ha alcanzado un grado de destrucción, despojo y explotación nunca visto, que pone en grave riesgo la existencia, la seguridad y los territorios correspondientes a los pueblos originarios.
“En la misma medida la represión desatada contra nuestros pueblos se ha expresado en el asesinato y el encarcelamiento de cientos de dirigentes indígenas, así como en la ocupación militar y paramilitar de nuestros territorios, criminalizando la lucha social y todo intento organizativo que se origine en nuestros pueblos de manera independiente y autónoma.”
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http://www.jornada.unam.mx/2009/06/22/index.php?section=opinion&article=a08a1cul