Gilberto López y Rivas
El día de ayer se recordó la masacre que el gobierno mexicano llevó a cabo hace cuatro décadas en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco para terminar abruptamente el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968. Este ha sido uno de los crímenes de Estado más aterradores que se registran en la historia del México contemporáneo. El ataque contra una multitud pacífica e indefensa se realizó con todos los agravantes de ley: premeditación, alevosía y ventaja, y en él participaron como autores materiales el Ejército en uniforme y sin uniforme, esto es, el grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, y los francotiradores apostados en las azoteas de los edificios próximos, los diversos cuerpos policiacos y de inteligencia de la época. Los autores intelectuales más señalados son el ex presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz; su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez; los mandos militares de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y el Estado Mayor Presidencial, así como diversos altos funcionarios de la policía y del entonces Departamento del Distrito Federal. Ninguno de los responsables materiales e intelectuales ha sido castigado por ese delito de lesa humanidad, por lo que a 40 años priva la impunidad. Este acontecimiento cimbró para siempre a una generación que guarda en su memoria una lección indeleble: la clase en el poder recurre al uso de la violencia genocida si considera amenazados sus intereses y privilegios.