En el contexto del debate y análisis que suscitó la corriente del voto nulo se utilizó la expresión "antipolítica" para calificar las críticas al funcionamiento real de todos los partidos. A primera vista me pareció cuestionable el reduccionismo presente en la descalificación, el cual se lleva al extremo de ubicarlo como "antidemocracia representativa". El asunto toma dimensiones preocupantes cuando leo a otro analista opuesto al chavismo en Venezuela, quien establece paralelismos entre los críticos a las prácticas de la democracia que implica a las elecciones y aquellos que postulan el complemento de la democracia participativa que entrañan los plebiscitos y referendos, y se concluye llamando a todo ello "antipolítica".
En primer lugar, no aceptar que la democracia representativa se convierta en continente y contenido de la democracia plena no convierte a nadie en enemigo de la democracia ni le causa propensión al autoritarismo. En la ya lejana mesa de San Andrés Larráinzar, en Chiapas, se debatió ampliamente sobre la necesidad de buscar la coexistencia de la democracia representativa con la participativa o directa o comunitaria. Hubo quienes pensaban que "el voto a mano alzada", como llamaban a las asambleas comunitarias, significaba un retroceso para la democracia, decían, "que tanto trabajo nos ha costado".
El asunto no se agota en el ámbito de las formas propias de organización social y política de los pueblos indígenas, porque es una amplia demanda de la ciudadanía la inclusión, por ejemplo, del plebiscito, referendo e iniciativa popular que gran cantidad de países han establecido.
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